Cuando llegué a la Iglesia Universal tenía el corazón lleno de rabia, rencor, resentimiento, contra mi madre y mi padrastro. Él había intentado abusar de mi hermana, que es su propia hija, y cuando lo supe, le deseé la muerte.
Como ellos vivían en una comunidad, fui a hablar con el dueño de la misma sobre lo que él había hecho. Era una época cercana a la Navidad, y me dijo que antes de que la Navidad llegase él tendría su regalo, que sería la muerte. Fui corriendo a avisarles a mi madre y a mis hermanos para sacarlos de casa sin que su marido lo notara, solo que al final de cuentas mi propia madre se puso de su lado y le dijo que huyera. Al poco tiempo supe que ella estaba viviendo nuevamente con él en otro lugar. No lograba llamarla mamá, ni pronunciaba el nombre de él, no los perdonaba.
Yo estaba apartada de la iglesia, y cuando volví, pasé por todo el proceso de liberación. Una cosa yo sabía: no quería dejar más a Jesús por nada, porque yo me cuestionaba mucho. Conocía a personas que estaban hacía años en la iglesia y, aun así, mantenían su fe, y yo no lo lograba, pues me quedaba durante un tiempo, y después me iba. Ya no aceptaba eso y quería mucho el Espíritu Santo, pues sabía que solo Él iba a mantenerme de pie en la presencia de Dios, entonces comencé a buscar.
Y un miércoles, en la iglesia buscando, me vinieron a la mente mi madre y su marido en el momento de la búsqueda. Entendí que para recibir el Espíritu Santo tenía que perdonar.
Fue muy difícil, pues mi corazón no quería perdonar de ninguna manera, pero no le di oídos a su voz. Oí la Voz de Dios, que en mi mente decía: “perdona”. Me acuerdo de mis palabras y que dije así: “Señor Jesús, mi corazón no quiere perdonar, pero, en obediencia a Ti, yo perdono -y pronuncié el nombre de él- y perdono a mi madre”. Hacía tiempo que no la llamaba mamá…
Un peso fue sacado de mi interior, y poco tiempo después fui bautizada con el Espíritu Santo. ¡Fue el día más feliz de mi vida!
¡¡¡Ah, qué día!!!
Michele Genario
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