Quien tiene fe para perdonar, tiene fe para recibir perdón.
Solo quien tiene el corazón perdonado tiene la autoridad para perdonar a sus ofensores. Dios no puede perdonar a nuestros ofensores por nosotros, ese poder inmenso solo le pertenece a los enfermos de corazón. Es por eso que Él nos obliga a perdonar.
Solo quien tiene el corazón libre de resentimientos puede querer el bien de los demás. ¿Cómo un alma llena de sentimientos nocivos puede bendecir a alguien o desearle algo bueno?
El cristiano puede usar su fe para lograr un buen matrimonio, para crecer en sus finanzas, ser sanado de una enfermedad, ganar el mundo entero… pero si no la ejerce para perdonar, tampoco la ejercerá para alcanzar perdón. A fin de cuentas, es como está escrito y determinado en la Biblia:
«Si ustedes perdonan a otros el mal que les han hecho, Dios, su Padre que está en el cielo, los perdonará a ustedes. Pero si ustedes no perdonan a los demás, tampoco su Padre los perdonará a ustedes» (Mateo 6:14 y 15).
En la parábola de los deudores (Mateo 18:23-35), el Señor Jesús aclara que nuestra deuda con Él es infinitamente mayor que las que podamos tener entre nosotros, simples humanos.
Analiza los siguientes datos: El primer siervo le debía 10 mil talentos al rey. Un talento es igual a seis mil días de trabajo (seis mil denarios). La deuda de ese siervo era igual a 60 millones de denarios. Significa que ese siervo tendría que trabajar 60 millones de días para pagar su deuda. Por lo tanto, debería vivir y trabajar alrededor de 165 mil años.
El segundo siervo le debía al primero solo 100 denarios, es decir, poco más de tres meses de trabajo, pero él no lo perdonó. Lo que el Señor Jesús deja claro en este pasaje bíblico es que nuestras deudas con Él son impagables y, aun así, nos perdona si nos humillamos y confesamos nuestros pecados.
A cambio, Él exige que perdonemos las faltas de los demás. De lo contrario, tampoco encontraremos Su perdón.
Fuente: Blog Obispo Paulo Roberto
http://obispopaulo.universal.org.mx
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